El cementerio de Praga

Umberto Eco

México: Lumen. 2010.

 En un país en el que nos hemos acostumbrado a las teorías de complots y conspiraciones para darle sentido a sucesos políticos así como a la violencia que ha destapado la cloaca de los arreglos en lo oscuro entre delincuentes y autoridades, sospechar y buscar segundas intenciones en los acontecimientos que sobrepasan el ámbito de lo cotidiano nos ha entrenado para recelar de lo que se nos cuenta, de lo que leemos en los diarios y escuchamos en las noticias.

Los rumores, elucubraciones y revelaciones confidenciales nos dejan perplejos ante la credibilidad ingenua que no se pregunta porqué nos cuentan ciertas cosas o quiénes se benefician de la información que corre como un río turbulento.

La última novela de Umberto Eco, quien se convirtió en un autor muy popular a través de El Nombre de la Rosa o El Péndulo de Foucault, sigue la tónica de sus primeras novelas nuevamente partiendo de conspiraciones que quieren trastocar el orden establecido. Sólo que en esta ocasión parte de hechos y personajes históricos de la escena italiana, francesa y rusa en la segunda mitad del siglo XIX, siendo el protagonista, y único personaje ficticio como lo declarara el autor, el detestable capitán Simone Simonini, quien se involucra con muchos de los  políticos, héroes,  conspiradores y espías que pulularon en Europa antes de la Revolución Rusa y la Primera Guerra Mundial.

Simonini, antiguo discípulo de los jesuitas, se presenta a sí mismo como oficial del ejército, conspirador, falsificador, agente provocador, asesino, misógino, pervertido, glotón y terrorista, además de aborrecedor del género humano, detractor de los políticos y de los héroes.  Gracias a la sugerencia de un Dr. Froïde (¿quién si no?) empieza a escribir un diario en 1897 como recurso terapéutico para recuperar su memoria y comprender el origen de sus odios y resolver la sospecha de tener una doble personalidad. Simonini cuenta su vida y sus hazañas, con la constante intromisión de su otro yo, el abad Dalla Piccola, quien le corrige y complementa en su rememoración de intrigas y traiciones así como del Narrador , quien interviene en la trama para contextualizar ambos testimonios.

Con un marco histórico muy bien sustentando, el capitán Simonini es presentado como actor y conspirador en el Risurgimiento italiano, agente provocador de atentados contra el emperador Napoleón III, testigo de los levantamientos de la Comuna francesa, instigador de las denuncias contra los masones, detractor de los jesuitas y falsificador de las pruebas de traición del  caso Dreyfuss, que fue la más clara manifestación del antisemitismo estatal del siglo XIX.

Sin embargo, el tema central de la novela no es es la vida de este antipático personaje sino el desarrollo de las teorías conspirativas y las falsificaciones de documentos que culminaron en la construcción de Los Protocolos de los Sabios de Sión, que en la novela Eco atribuye a Simonini.  Los Protocolos constituyen la obra antisemita clásica del siglo XX, publicada por la Ojrana, la policía secreta del zar Nicolás II en 1901, para justificar los pogromos –masacres de judíos-, nuevamente utilizados durante las purgas estalinistas que eliminaron a los líderes bolcheviques de origen judío como Trotsky, Kamenev y Zinoviev para llegar a la Alemania Nazi y ser una de las “evidencias” a través de las cuales Hitler justificó el genocidio judío. En ese texto se conjuntaron los antiguos terrores demonológicos medievales y el ancestral antisemitismo europeo con las ansiedades, temores y resentimientos de la era moderna. Sus afirmaciones acerca de los judíos continúan circulando hasta el día de hoy, aun después de que en 1921 se demostrara que el libro fue una obra fraudulenta.

La historia de Los Protocolos de los Sabios de Sión es una historia de plagiarismo y engaños que Umberto Eco tomó como columna vertebral de su novela. Rebecca Newberger, en su ensayo sobre la novela publicado en The New York Times, describe cómo se fue gestando esa obra[1].  Una de las fuentes plagiadas fue un panfleto francés intitulado Diálogo en el infierno entre Maquiavelo y Montesquieu que en 1864  atacó la legitimidad del gobierno de Napoleón III. Su autor, Maurice Joly fue condenado a 15 meses en prisión.

A su vez, Joly había plagiado una popular novela de Eugenio Sue, Los misterios de un Pueblo, en el que presentaba a los jesuitas como conspiradores que atentaban contra la sociedad francesa. Sin embargo, ya a finales del siglo XVIII se  había publicado una Memoria sobre la historia del Jacobinismo de Agustín Barruel quien acusaba que la Revolución Francesa  había sido provocada por una conspiración masónica.

Por otro lado, Hermann Goedsche, un falsificador y agente provocador de Prusia publicó en 1868 una novela en la que incluyó una reunión de rabinos en el cementerio judío de Praga.

Finalmente la policía secreta zarista tomó fragmentos de las obras de Joly y de Goedsche publicando Los Protocolos para acusar a los judíos de una conspiración con ambiciones mundiales y justificar las masacres en su contra.

Con esta última novela, Eco, reconocido académico especializado en semiótica que se ha forjado una exitosa carrera como novelista con historias detectivescas sobre conspiraciones, sociedades secretas, clérigos y asesinatos que se convirtieron en éxitos de mercado, ahora a sus 80 años declaró que con El cementerio de Praga pretende “dar un puñetazo al estómago de sus lectores”[2]. Sin embargo, también parece pretender poner en su sitio a Dan Brown, el célebre autor de El Código de Da Vinci que tanta ámpula levantó en su momento demostrando quien es el verdadero maestro cuando de conspiraciones se trata.

La novela da la impresión de ser fascinante por la época histórica, los personajes y las intrigas que pueblan cada página, pero al leerla llega a ser confusa, reiterativa y un poco tediosa. Como bien lo comenta Theo Tait en su reseña sobre esta obra[3]  “la novela deja un ligero mal sabor de boca… el pastiche y la broma llegan a ser incómodos ante la historia del antisemitismo europeo. Muchos extractos de obras que fomentan el odio así como la reimpresión de caricaturas antisemitas provocan fascinación pero dejan en el lector un sentimiento de malestar y el abordaje que hace Eco es falto de tacto, crudo y bobo… Hay muchos temas, después de todo, que están lejos del alcance de la ficción barata”.

Al leer esta obra recordé que en un vuelo me tocó de compañera de asiento una guapa jovencita de Torreón que estaba leyendo Los Protocolos. Intrigada del porqué una chica leería esta obra, su respuesta fue que su papá se la había dado con la advertencia que de regreso de viaje le tendría que demostrar que la había leído de principio a fin. No pudo explicarme  porqué querría un padre de familia que su hija lea esta obra apócrifa que justifica el odio racial.

 [1] Umberto Eco and the Elders of Zion.  The New York Times Sunday Book Review. November 18, 2011.

<http://www.nytimes.com/2011/11/20/books/review/the-prague-cemetery-by-umberto-eco-book-review.html?pagewanted=all&gt;

[2] Mercedes Monmany.Umberto Eco: un puñetazo en el estómago. ABC.es’Cultura.  26 de noviembre 2010. <http://www.abc.es/20101125/cultura/portadillalibros973eco201011251707.html&gt;

[3] The Prague Cemetery by Umberto Eco.Review. En The Guardian, 4 November 2011. < http://www.guardian.co.uk/books/2011/nov/04/prague-cemetery-umberto-eco-review >

¿Neomexicanismo? El arte de los años 80’s en MARCO

¿Neomexicanismos? Arte que desafía

La referencia a Monterrey en la exposición es constante

Lourdes Zambrano.

El Norte, Monterrey N.L., 3 de febrero 2012. Sección Vida. Pág. 18. <http://www.elnorte.com/libre/online07/edicionimpresa/default.shtm?seccion=vida&gt;

La burbuja nacionalista, el idealismo revolucionario, los íconos del cine y la bonanza que prometían los yacimientos de petróleo recién descubiertos se fueron diluyendo conforme avanzaban los 80.

Entonces el panorama se volvió sombrío y convulso: llegaron las devaluaciones, el gran terremoto del 85, la pandemia del SIDA, nació el rock en español, las ciudades crecieron y los artistas retrataron todo eso que hoy, a tres décadas de distancia, ofrece un panorama interesante a explorar desde hoy en las salas de Marco.

«¿Neomexicanismos? Ficciones identitarias en el México de los Ochenta», escudriña todo lo que sucedió alrededor de una generación de artistas que lograron un gran éxito financiero, su ventaja y desventaja, y que encantaron allende las fronteras.

Artistas como Julio Galán, Nahum B. Zenil, Ismael Vargas, Enrique Guzmán, Dulce María Núñez, Germán Venegas, Eloy Tarcisio, y los oaxaqueños, como Francisco Toledo, fueron estrellas de los acervos privados de los coleccionistas regiomontanos, que a la vez impulsaron la apertura de Marco, en 1991.

Sus obras se caracterizaron por utilizar símbolos patrios y religiosos, típicos de la cultura mexicana, además de materiales y tonalidades del arte popular y los vestigios de las culturas indígenas.

Pero también fueron comunes los desafíos al buen gusto, que incluso hoy a la distancia, cuesta trabajo digerir.

Josefa Ortega, curadora de la muestra del Museo de Arte Moderno (MAM), indicó que la exposición cuestiona que exista una corriente neomexicanista, ya que nunca existió un manifiesto que detallara los lineamientos de trabajo.

El término se lo atribuyó la curadora a Teresa del Conde, historiadora y crítica de arte y ex directora del MAM, quien escribió sobre los «nuevos mexicanismos», que luego derivó en el término conocido.

«Es una generación que ha estado un poco estigmatizada por la crítica porque tuvo un auge comercial muy importante», expresó.

«Lo que la exposición quiere es vincularlo a su contexto, ver la cronología que recoge todos los eventos culturales, sociales, políticos que acompañaron esta producción y que le dan un sustento muy importante», agregó Ortega.

La exposición abre con la pieza «Me quiero morir», que Galán realizó en 1985, para luego desplegar los cinco ejes temáticos de la muestra: la religiosidad y el guadalupanismo, la identidad del mexicano, los símbolos nacionales, el cuerpo y la sexualidad, y la influencia de Frida Kahlo.

En el primer grupo se encuentran piezas como «Tercer Misterio», de Néstor Quiñones; «Juan Diego atrás», de Georgina Quintana;y «El corazón de América», de Juan Francisco Elso, que exploran con lenguajes muy distintos la simbología católica que predomina en el País.

«Los 80, no sólo en México sino a nivel internacional, representan el fenómeno que se llamó ‘el retorno de la pintura’, después de que en los 60 y los 70 predominó el arte conceptual», explicó Ortega.

«Y en México, además, se combina con el neoexpresionismo, que estaba muy en boga en Alemania».

Es por eso que algunas piezas, como las de Patricia Soriano, Alejandro Arango y Magali Lara, exponen los sentimientos y emociones de sus creadores, pero con un lenguaje distinto al que utilizaron Galán o Zenil, fanáticos del autorretrato, una inspiración que tomaron de Kahlo, a quien incluso incluyen en sus composiciones.

Las referencias corpóreas y de la sexualidad ocupan un lugar preponderante en el trabajo de estos mismos pintores, además de Javier de la Garza o la chilena Eugenia Vargas Pereira.

«Derivado de la práctica popular de Frida Kahlo, muchos artistas decidieron utilizar su propio cuerpo para construir identidades, ya no sólo colectivas sino también personales», indicó la curadora.

«Los 80 es una época cuando empezaba la pandemia del SIDA. Había toda esta pulsión e inquietud por construir espacios de libertades y que en aquel momento también significó dar apoyo a todas estas prácticas de la diversidad sexual».

Entre las 150 piezas que se exhiben también hay fotografía, escultura y un par de videos; varios datan de los 90.

La referencia a Monterrey en la exposición es constante, ya sea por la inclusión de piezas que fueron subastadas para financiar la apertura de Marco, como «Piedad», de Dulce María Núñez, o por ser ex consentidas de las salas de éste y otros museos locales en la década de los 90.

Los asiduos visitantes a Marco identificarán cuadros que ya habían visto en anteriores exposiciones, como «Pensando en ti», de Galán, que cierra la exposición.

Un extra que servirá para aclarar ciertas dudas al visitante es la línea de tiempo que se encuentra a la salida de la última sala, en donde describe, año por año, acontecimientos relevantes del ámbito social y cultural del País.

«¿Neomexicanismos?» se podrá visitar a partir de las 10:00 horas de hoy. El costo de entrada es de 65 y 40 pesos, para estudiantes e Inapam. Estará en salas hasta el 27 de mayo.