Ana Portnoy
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Myriam Moscona. Ansina. Editorial Vaso Roto. 2015.
Sefarad, España en lengua hebrea, es el término mencionado una sola vez en la Biblia, concretamente en el Libro del profeta Abdías 1:20:
La multitud de los deportados de Israel
ocupará Canaán hasta Sarepta,
y los deportados de Jerusalén que están en Sefarad
ocuparán las ciudades del Negueb.
Probablemente se refería a una región en el Cercano Oriente en tiempos de la primera diáspora, 586 aC.
Algunos exegetas relacionan a Sefarad con el término griego Hespérides[1] y sostienen que sería algún lugar mítico ubicado al poniente del Mediterráneo. Como topónimo Sefarad designó a la península ibérica a partir del siglo VIII, por lo que a los hispano-judíos se les denominó sefaraditas, a manera de distinguirlos de aquellos judíos que vivían en Ashkenaz, la Europa central y oriental.
Sefaradita es el descendiente de los expulsados de España por el Edicto promulgado por Fernando el Católico el 31 de marzo de 1492, una vez conquistada Granada, último bastión musulmán, tras más de 800 años de guerra de Reconquista. Pretendiendo la unificación territorial y política de su reino, la expulsión de aquellos que no aceptaron la conversión al catolicismo permitiría, se confiaba, la unidad religiosa y cultural de la península. Los judíos vivieron en la península ibérica por más de 1,500 años.
El ladino[2], la lengua de los sefaraditas, denominó originalmente la traducción al antiguo castellano de los textos litúrgicos hebreos o arameos. De llamar así a esas traducciones, se pasó a llamar así también la lengua hablada[3].
Esta lengua deriva del idioma de Castilla en tiempos anteriores a Cervantes y al Siglo de Oro, cuya fonética, morfología y sintaxis se preservaron inclusive tras esa nueva diáspora.
Casi podemos decir que el ladino es la base arqueológica del castellano. Antonio Alatorre en su historia de la lengua española afirma “el judeoespañol (o sefardí o ladino) conserva mejor que ninguna otra modalidad actual del castellano los rasgos que nuestra lengua tenía en tiempos de Antonio de Nebrija [autor de la primera gramática castellana en el siglo XVI] … su fonética y su vocabulario han resistido en lo básico, de manera que suele servir de ejemplo vivo de cómo se hablaba el español hace quinientos años”[4]. Esta lengua acompañó a los sefaraditas tanto en sus cantos, en endechas, en refranes, en relatos y, sobre todo, en el habla cotidiana.
En la antología de literatura sefaradita compilada por Angelina Muñiz-Huberman la llama “la lengua florida”[5] en la que un 80% del vocabulario procede del castellano del siglo XV y el resto del hebreo y de los idiomas de los países que los acogieron, por lo que incluye términos en turco, árabe, griego o el francés que se enseñaba en las escuelas de la Aliance Israélite Universelle. Durante más de cuatro siglos el ladino fue su patria.
En este idioma el Romancero Sefaradí conservó los cantares de gesta españoles, incluyendo los del Mío Cid, de Bernardo de Carpio, sobre Don Rodrigo, así como cantos de amor y muerte. Al mismo tiempo se escribieron poemas inspirados en temas bíblicos, como los del nacimiento del patriarca Abraham, la historia del rey David, la tragedia de Tamar y Amnón y también una novelesca a partir de la tradición del Mediterráneo Oriental.
Durante más de 400 años se escribió en caracteres hebreos y apenas en el siglo XX y por la influencia del periodismo aumentaron los textos en el alfabeto latino. El ladino se ha hablado en el norte de África, en Egipto, en Turquía, en Holanda, en Inglaterra, en Italia, en Bulgaria, en la península balcánica, en Grecia, en Rumania, en Francia, en Holanda, en Israel y en el continente americano.
Con el avance de la escolarización obligatoria en todo Occidente, el ladino pareció entrar en decadencia y desintegración. El exterminio de las comunidades sefaradíes a manos del hitlerismo casi pareció condenar a la lengua a su desaparición. Los sefaraditas que lograron sobrevivir el Holocausto y que emigraron a Hispanoamérica rápidamente asimilaron el español moderno y los que se dirigieron a otros lugares adoptaron las lenguas nacionales incluyendo el hebreo en el Estado de Israel que es donde se concentró el mayor número de hablantes del djudezmo.
El interés de los lingüistas por el ladino y su rescate es relativamente reciente, sobre todo por los estudios llevados a cabo por el Instituto de Investigaciones Superiores Arias Montano en Madrid y el Instituto Ben Tzvi de la Universidad Hebrea de Jerusalem. En 1997 se estableció en Israel, con el expresidente Itzjak Navón como su primer presidente, la Autoridad Nasionala del Ladino, cuyo objetivo es la preservación y salvaguarda del judeo-español, publicando la revista virtual “Aki Yerushalayim “pajina dedikada a los ke se interesan a la kultura djudeo–espanyola i dezean anchear sus konosensias en este kampo o ser aktivos eyos mizmos en los esforsos para su konservasion i difuzion”[6]. Gracias a los medios electrónicos, hoy encontramos muchas publicaciones en línea en esta lengua y con este mismo fin.
Ansina, el libro de poemas que Myriam Moscona y la editorial Vaso Roto presentaron en el Museo de Historia Mexicana de la ciudad de Monterrey se gestó durante diez años, tiempo durante el cual la autora escribió “Por mi boca” y “Tela de Sevoya” novela por la cual recibió en 2012 el importante premio “Xavier Villaurrutia”. En estos textos, pero sobre todo en Ansina, la autora recupera la lengua de sus abuelos que si bien, no fue su lengua materna, si es el idioma que la vincula con una identidad, con la historia sefaradita y con la patria hispana perdida hace más de 500 años.
Escuchar en su voz su obra poética en ese Museo regiomontano remitió al pasado regional pues en el noreste de México, la temática sefaradita es muy cercana, puesto que entre los primeros colonizadores del Nuevo Reino de León hubo un buen número era descendientes de conversos del judaísmo al cristianismo[7], quienes que trajeron consigo una serie de costumbres que diferencian a Nuevo León del resto de México.
Ricardo Elizondo Elizondo llevó a cabo una investigación en los años 1970 sobre la persistencia de costumbres sefaraditas en los pueblos nuevoleoneses, como los matrimonios endogámicos, las ceremonias nupciales bajo un baldaquín como se han llevado a cabo en Los Ramos y Los Herrera, la crianza del cabrito y su consumo y no del cerdo como sucede en el resto de México bajo la conseja de que su carne es muy mala para la salud, el no guisar carne con leche, el no consumir reptiles que se consideran una barbaridad poco digna, el ofrecer pan fino elaborado sin levadura en las fiestas principales, los matrimonios por levirato (la viuda que contraía matrimonio con el hermano de su difunto marido fue común en la entidad hasta las primeras décadas del siglo XX), el sembrar higueras, limoneros y granados en los patios como símbolos de sabiduría, resignación y unidad familiar. Comparó el folklor neoleonés con el de comunidades sefaraditas en Mármara, Salónica, Marruecos, Tanger, Tetuán, Alcazarquivir, Orán y Rodas y encontró muchas semejanzas. Su indagación se presentó primeramente como trabajo para ingresar a la Sociedad de Geografía, Estadística e Historia de Nuevo León y posteriormente fue publicado como cuaderno del Archivo General del Estado de Nuevo León. En este texto, “Los sefaraditas en Nuevo León, Reminiscencias en el Folklore”[8] recopiló también maneras de hablar de pueblos norestenses que conservan arcaísmos que se vinculan con términos utilizados en el djudeo-español:
Acordar (dormir)
Ajay (hijo)
Almoslar (almorzar)
Allegará (llegará)
Tristuras (tristeza)
Preto (negro)
Jerica (molestia)
Enreinada (rellena)
Bolsío (bolsillo)
Emborujó (envolvió)
Apresta (sirve)
Naide (nadie)
Querencia (cariño)
Trayen (traen)
Válgami (válgame)
Melecina (medicina)
Donseas (doncellas)
Cayí (caí)
Vido (vidrio)
Ansina (así)
Además de temática con la dulzura de esa lengua antigua, acceder a la poética de Myriam Moscona en ladino permite a imaginar a los primeros pobladores del Nuevo Reino de León en su habla cotidiana
[1] De spéros, occidente en griego
[2] Término derivado de latino
[3] A la que también se conoce como djudezmo o djudeo-español, espanyol o espayoliko o bien haketía en Marruecos, tetuaní en Argelia y espayolit en hebreo.
[4] Los 1,001 años de la lengua española. México: Fondo de Cultura Económica. 1995. Pág. 211.
[5] La lengua florida. Antología sefardí. México: UNAM y Fondo de Cultura Económica. 1989.
[6] La pajina djudeo-espanyola de Aki Yerushalayim, Revista Culturala Djudeo-Espanyola.Ultimo numero> 97-98 Anyo 36-Disiembre 2015. < http://www.aki-yerushalayim.co.il >
[7] Eugenio del Hoyo. Historia de Nuevo León 1577-1723. Monterrey: Fondo Editorial Nuevo León. 2005. Pág. 114.
[8] Monterrey, N.L.Archivo General del Estado de Nuevo León. 1987 (Col. Cuadernos del Archivo No. 11).