Mucho se ha discutido sobre los límites entre historia y literatura, entre los hechos acontecidos, crudos, tal como fueron, y la ficción, la narratividad, la reconstrucción de posibilidades, de razones posibles, de emociones, elementos que los documentos o restos materiales, evidencias fácticas de los sucesos, no registran.
Hoy en día, cuando se reconoce que el relato histórico también es narratividad e interpretación, la historia y la literatura vuelven a tocarse como antaño. Tanto el novelista como el historiador cuentan una historia y buscan darle sentido a través de las palabras. Tal vez la primera historia novelada sea la Ilíada, el poema escrito por Homero entre los siglos VIII y VI aC. y que cuenta una trágica historia de amor cuyo destino estaba en manos de los dioses olímpicos. Esta obra clásica fue considerada durante mucho tiempo producto de la imaginación de su autor, hasta que Heinrich Schliemann demostró en 1873 que efectivamente existió la ciudad de Troya y que el estrato correspondiente al siglo XIII aC. fue sitiado, conquistado y quemado por sus enemigos micénicos. El poema homérico había preservado en la memoria colectiva un suceso que de otra forma ya hubiera sido olvidado hace mucho.
Aunque la relación de la literatura y la historia ha sido estrecha en el sentido que los relatos se ubican en espacios y tiempos como los cantares de gesta, las novelas de aventuras y los relatos míticos, la novela histórica como un género literario en sí surgió a inicios del siglo XIX bajo la influencia del romanticismo.
Como novela, su naturaleza es ficcional y no pretende representar fidedignamente una realidad ni suministrar pruebas fehacientes al lector, y el novelista puede permitirse ciertas licencias, como la creación de personajes, diálogos y motivos. Por otra parte, con un sustento histórico, hay escenarios y contextos que le dan visos de verosimilitud a la obra, que se respalda en hechos sucedidos.
Así, las figuras históricas se transforman en personajes novelados a través de los cuales los autores reconstruyen intenciones, mentalidades, valores, aprecios y enconos que acercan al lector a la vida íntima y cotidiana de una época o a las razones que provocaron una serie de acontecimientos. De esta manera Alejandro Magno, los Reyes Malditos, los Reyes Católicos o Antonio López de Santa Anna -el seductor de la Patria-como personajes literarios nos invitan, a través de la pluma de escritores como Mary Renault, Maurice Druon, Jean Plaidy, o Enrique Serna a adentrarnos a la historia, esta vez en los textos históricos para conocer los hechos tal y como sucedieron.