Hoy es historia: El sueño del Archiduque

Ana Portnoy

El Norte, Monterrey N.L., a   de junio 2015. Sección Vida. Pág. 11

Maximiliano, emperador de México, fue fusilado en el Cerro de las Campanas en junio de 1867.

Tras 40 años de inestabilidad política, asonadas, caudillismo, pérdida de la mitad del territorio y una deuda externa imposible de pagar, los monarquistas mexicanos consideraron que al país solamente lo salvaría un príncipe educado desde la cuna para gobernar.

En Eugenia de Montijo, esposa del emperador francés Napoleón III, encontraron un oído atento. Para ella un monarca católico en México frenaría las ambiciones del protestante Estados Unidos. Para su esposo, era la oportunidad de cobrar el adeudo y establecer un dominio colonial en América. Su candidato fue el archiduque austríaco, quien por su idealismo era el hermano incómodo del emperador Francisco José.

Maximiliano se pensó salvador de su futura nueva patria pretendiendo gobernar “el tiempo preciso para crear un orden regular y establecer instituciones…”. Su esposa Carlota sería emperatriz y no una princesa más, teniendo la misión de civilizar un pueblo considerado indómito.

Para la Iglesia, el imperio implicaba la recuperación de los privilegios arrebatados por las Leyes de Reforma y para los conservadores significaba la derrota de Juárez y la posibilidad de ser nobleza y corte imperial.

La coyuntura que permitió la intervención francesa fue la Guerra de Secesión norteamericana, 1861-1865, que impedía al poderoso vecino del Norte aplicar la Doctrina Monroe.

Nadie tomó en serio el compromiso del archiduque con el liberalismo.

Antes de desembarcar en Veracruz en mayo de 1864 Maximiliano intentó convencer a Juárez de que participara en su gobierno. El presidente rechazó colaborar con él, tachándolo de ambicioso, falto de honor y de ser agente de Napoleón III, asegurando que su deber era defender la soberanía nacional.

Ya en México, Maximiliano consideró a los indígenas como los primeros ciudadanos del país, promovió la tolerancia de cultos y no revocó las Leyes de Reforma. Por supuesto que se enemistó con la Iglesia y con los conservadores. Dos años después y sin lograr sus objetivos, Napoleón III le retiró el apoyo militar abandonándolo a su suerte. En Europa, buscando un respaldo que no encontró, Carlota enloqueció.

En mayo de 1867 y tras resistir 71 días el sitio de Querétaro con la poca tropa que le era leal, el emperador fue traicionado por su compadre Miguel López. Tras ser juzgado y a pesar de las peticiones de clemencia de las cortes europeas y del gobierno norteamericano, Maximiliano y los generales Tomás Mejía y Miguel Miramón –expresidente de México- fueron fusilados. Antes de morir dijo ”que mi muerte sirva para la nación y de una vez gane la paz y el entendimiento entre los mexicanos”.

Así terminó la aventura mexicana de un príncipe liberal.