Ana Portnoy
El Norte, Monterrey, N.L., 17 de julio 2014. Sección Vida pág. 9
¿Se imagina vivir sin iphone, ipad, ipod, icloud? ¿Sin electricidad, automóvil, avión? ¿Sin radio, tele, cine? Ahora imagínese viviendo a la intemperie o en una cueva, siguiendo a los animales de los que se alimenta y viste, recolectando semillas y elaborando sus propios utensilios de piedra, madera o hueso. Acechado constantemente por animales salvajes.
Las transformaciones más radicales que ha vivido la humanidad han sido las revoluciones neolítica e industrial. Ninguna fue súbita o violenta, pero fueron revolucionarias por el impacto que tuvieron, desde lo económico, político y social hasta el sistema de creencias, el desarrollo tecnológico y el conocimiento que generaron. Ambas en su momento mejoraron las condiciones de vida del hombre y modificaron la naturaleza.
En el Neolítico -alrededor del décimo milenio aC.- inició la agricultura y la ganadería que aseguraron el abastecimiento de alimentos, lo que permitió el sedentarismo y el crecimiento demográfico. Pequeños poblados se convirtieron en grandes ciudades surgiendo las primeras civilizaciones. La sociedad se especializó y estratificó, inició el comercio y surgieron religiones que rindieron culto a dioses protectores de las cosechas. Durante milenios la vida cotidiana, el trabajo de la tierra, los oficios, el conocimiento del cosmos y los modelos políticos se mantuvieron tal y como se habían desarrollado en ese período.
La otra gran revolución, en la cual nosotros seguimos inmersos, es la que inició en Inglaterra a mediados del siglo XVIII con el desarrollo de la tecnología a través de la mecanización y el desarrollo del motor de combustión interna. La economía, hasta entonces rural basada en la agricultura y el comercio dio paso una nueva de carácter urbano e industrializada que transformó todos los aspectos de la vida, desde lo cotidiano hasta la forma de gobierno y los modelos de pensamiento.
Del trabajo manual y la transportación en carretas se pasó a la fabricación industrial y el transporte en trenes, barcos y aviones que pusieron en contacto todos los confines del planeta. Surgieron nuevas clases socio-económicas, nuevas ideologías y modelos políticos y, con el avance científico, nuevos medicamentos, acceso a alimentos y medidas higiénicas que han resultado en un acelerado crecimiento demográfico: 7,200,000,000 de personas habitamos el planeta, 6 mil millones más que en 1800.
Así como la revolución neolítica duró varios milenios, la industrial lleva casi tres siglos y sus avances siguen transformándonos. El vertiginoso desarrollo de nuevas tecnologías está haciendo realidad lo que hace pocos años era ciencia-ficción y plantean, como fue con el proceso de sedentarización, grandes retos a la vida cotidiana, a las relaciones interpersonales, a los paradigmas culturales y religiosos, al contexto laboral y al ejercicio del poder. El cambio continuo es la característica de nuestro tiempo.