Ana Portnoy
La ONU estableció, en la 42 sesión plenaria del 1 de noviembre de 2005 y a través de la resolución 60/7 que la recordación de una de las mayores atrociddes cometidas por el hombre en contra del hombre fuese en la fecha en la que el ejército soviético liberó Auschwitz. Al entrar al campo de concentración encontraron individuos famélicos que los nazis no habían tenido tiempo de liquidar en las cámaras de gas o en las llamadas “marchas de la muerte” que emprendieron una vez que tuvieron la certeza de su derrota en la Segunda Guerra Mundial.
¿Cómo llegó una de las naciones más desarrolladas del siglo XX, cuna de filósofos, científicos, músicos y poetas a nociones de superioridad racial y políticas de exterminio que condujeron a la muerte no solo de seis millones de judíos ( de éstos millón y medio de niños), sino también de discapacitados –incluyendo a miles de ciudadanos alemanes-, a Testigos de Jehová, homosexuales, comunistas, sacerdotes católicos y pastores protestantes? Entre el total de muertos de la guerra que se calculan entre 55 y 60 millones (casi un 2% de la población mundial del momento)[1], el número de no combatientes victimados se establece entre 15 y 28 millones[2].
La derrota bélica, el castigo del Tratado de Versalles con la cláusula responsabilizando a Alemania por la Gran Guerra, la búsqueda de culpables a la humillación recibida y las difíciles condiciones de vida permitieron que Hitler y su partido llegaran al poder en 1932 fincando un estado totalitario que buscaría la reivindicación a través del llamado “reino de los mil años”, el Tercer Reich.
La pseudo teoría racial que tradujo a la vida social los conceptos darwinistas de superioridad y supervivencia del más apto, así como el tradicional antisemitismo europeo, aunados al anticomunismo, la noción de superioridad de la raza aria capaz de sojuzgar y masacrar a otras consideradas inferiores y la justificación de que Europa era su espacio vital llevaron a Alemania, y al mundo, a la Segunda Guerra.
Con el paso de los decenios y conforme los sobrevivientes del exterminio -testigos y evidencia viva del horror- empezaron a morir, la corriente revisionista que reescribía la historia minimizando los horrores del genocidio llegó incluso a negar el Holocausto. En contra de esas versiones, para preservar del olvido y con el objetivo de que se concientice y eduque sobre los riesgos de la violación a los derechos humanos y las personas asuman el compromiso por su defensa, se generaron, por un lado el proyecto Shoá[3] de Steven Spielberg quien después de filmar “La lista de Schindler” procuró, con apoyo de Yad Vashem –la institución israelí que salvaguarda las evidencias del Holocausto-, filmar los testimonios de los sobrevivientes así como el establecimiento por parte de la ONU del “Día Internacional de Conmemoración en memoria de las víctimas del Holocausto” con la iniciativa que su enseñanza sea incluida en los programas educativos de todos los países.
El abogado José Alejandro González Garza expresó la importancia de la memoria y la conmemoración[4]: “La indiferencia hace daño y puede llegar a matar. No podemos ignorar ni tolerar la violencia que vivimos porque “sólo se da entre criminales”. Tolerar el abuso, la corrupción y la violencia a cualquier nivel y de cualquier persona porque “a mí no me afecta”… es un camino largo y sinuoso a nuestra ruina. Todos vamos en el mismo barco… Conocer la Shoá nos recuerda que no basta que haya malos para que el mal triunfe, también se necesitan muchos buenos que no hagan nada”.
[1] Carlos Corral, catedrático de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales, en colaboración con Antonio Alonso, profesor de la Universidad San Pablo-CEU de Madrid. «Ante el 70 aniversario del inicio de la II Guerra mundial, actitud de Santa Sede«.
[2] F. W. Putzger: Historischer Weltatlas, ed. Velhagen & Klasing, 1969. Citado por Wikipedia. Anexo:Víctimas de la Segunda Guerra Mundial.
[3] Holocausto en hebreo.
[4] “Nuestro Holocausto», El Norte, Monterrey N.L., 20 de abril 2013, pág. 8.