Ana Portnoy
Como recuerdo de la Sra. Magaly Rivero de Pena, qepd.
1. Historia.
Desde que el hombre cobró conciencia de su mortalidad, la muerte ha sido motivo de miedo, angustia, incertidumbre así como de reverencia a través de la historia. Por milenios, en diversas culturas se han generado creencias en torno a la muerte que han establecido ritos y tradiciones ya sea para venerarla, honrarla, espantarla e incluso para burlarse de ella. El temor ante la muerte y la veneración a los ancestros fallecidos se manifestó desde hace varios miles de años, inclusive antes de que podamos hablar de una vida sedentaria y una religión sistematizada.
México, país rico en cultura y tradiciones, ha conservado desde tiempos remotos un culto a la muerte que, podríamos decir, es uno de los elementos que conforma su identidad como nación. Los orígenes de la celebración del Día de Muertos son anteriores a la llegada de los conquistadores españoles, pues hay evidencias y registro de celebraciones en las etnias mexica, maya, purépecha y totonaca. Los rituales que recuerdan a los ancestros se han practicado en el país por lo menos desde hace tres mil años.
2. La muerte y su conmemoración en el mundo mesoamericano.
En la época prehispánica era común la práctica de conservar los cráneos de los enemigos sacrificados como trofeos y mostrarlos durante los rituales que simbolizaban la muerte y el renacimiento, como en el templo denominado Tzompantli en la antigua Tenochtitlan
El festival que se convirtió en el Día de Muertos se conmemoraba el noveno mes del calendario solar mexica, cerca del inicio de agosto, y se celebraba durante un mes completo. Las festividades eran presididas por la diosa Mictecacihuatl, conocida como la «Dama de la Muerte» esposa de Mictlantecuhtli, Señor de la Tierra de los Muertos. Las festividades eran dedicadas a la celebración de los niños así como conmemorar la vida de los parientes fallecidos.
Para los antiguos mesoamericanos, la muerte no tenía las connotaciones morales de la religión católica, en la que las ideas de infierno y paraíso sirven para castigar o premiar. Por el contrario, creían que los rumbos destinados a las almas de los muertos estaban determinados por el tipo de muerte que habían tenido, y no por su comportamiento en vida.
De esta forma, las direcciones que podrían tomar los muertos eran:
El Tlalocan o paraíso de Tláloc, dios de la lluvia. A este sitio se dirigían aquellos que morían en circunstancias relacionadas con el agua: los ahogados, los que morían por efecto de un rayo, los que morían por enfermedades como la gota o la hidropesía, la sarna o las bubas, así como también los niños sacrificados al dios. El Tlalocan era un lugar de reposo y de abundancia con abundante agua. Aunque los muertos generalmente se incineraban, los predestinados a Tláloc se enterraban, como las semillas, para germinar.
El Omeyocan, paraíso del sol, presidido por Huitzilopochtli, el dios de la guerra. A este lugar llegaban sólo los muertos en combate, los cautivos que se sacrificaban y las mujeres que morían en el parto. Estas mujeres eran comparadas a los guerreros, ya que habían librado una gran batalla, la de parir, y se les enterraba en el patio del templo, para que acompañaran al sol desde el cenit hasta su ocultamiento en el poniente. Su muerte provocaba tristeza y también alegría, ya que, gracias a su valentía, el sol las llevaba como compañeras. Dentro de la concepción axiológica mesoamericana, habitar el Omeyocan era un privilegio.
Éste era un lugar de gozo permanente, en el que se festejaba al sol y se le acompañaba con música, cantos y bailes.
Fallecer en la guerra era considerada como la mejor de las muertes. Para los mexicas, a diferencia de otras culturas, la muerte contenía un sentimiento de esperanza, pues ofrecía la posibilidad de acompañar al sol en su diario nacimiento y trascender, pues después de cuatro años los moradores del Omeyocan volvían al mundo, convertidos en aves de plumas multicolores y hermosas.
El Mictlán, destinado a quienes morían de muerte natural. Este lugar era habitado por Mictlantecuhtli y Mictecacíhuatl, señor y señora de la muerte. Era un sitio muy oscuro, sin ventanas, del que ya no era posible salir.
El camino para llegar al Mictlán era tortuoso y difícil, pues para llegar a él las almas debían atravesar los nueve niveles durante cuatro años para llegar finalmente al Chicunamictlán, donde alcanzarían su descanso o bien desaparecían irremediablemente.
Para recorrer este camino, el difunto era enterrado con un perro (xoloizcuintli) que le ayudaría a cruzar un río y llegar ante Mictlantecuhtli, a quien debía entregar, como ofrenda, atados de teas y cañas de perfume, algodón (ixcátl), hilos colorados y mantas. Quienes irían al Mictlán eran enterrados con cuatro flechas y cuatro teas atadas con hilo de algodón como ofrenda.
Por su parte, los niños muertos tenían un lugar especial, llamado Chichihuacuauhco, donde se encontraba un árbol de cuyas ramas goteaba leche, para que se alimentaran. Los niños que llegaban aquí volverían a la tierra cuando se destruyese la raza que la habitaba. De esta forma, de la muerte renacería la vida.
Los entierros prehispánicos eran acompañados de ofrendas que contenían dos tipos de objetos: los que, en vida, habían sido utilizados por el muerto, y los que podría necesitar en su tránsito al inframundo. Por ello era muy variada la elaboración de objetos funerarios: instrumentos musicales de barro -ocarinas, flautas, timbales y sonajas en forma de calaveras-; esculturas que representaban a los dioses mortuorios; cráneos de diversos materiales (piedra, jade, cristal), braseros, incensarios y urnas. Así, las ofrendas que forman parte fundamental de la festividad del Día de Muertos son una manera de hacer que los difuntos visiten el mundo de los vivos para volver a gozar de los placeres mundanos. Una vez al año las casas mexicanas y, muy en especial, las de los pueblos indígenas abren su puerta para recibir a sus antepasados.
Conforme el calendario agrícola, la festividad de Día de Muertos coincide con el final del ciclo del maíz y esto reitera de alguna manera el homenaje que se le hace a la muerte a través de ofrendas llenas de comida, donde la base es ese alimento.
3. Celebración cristiana de Todos Los Santos.
En los primeros días de la cristiandad se escribían los nombres de los hermanos que habían partido en dos tablas plegables llamadas dípticas, en las que la iglesia primitiva acostumbraba anotar los nombres de los vivos y los muertos por quienes se había de orar.
En los primeros siglos, se acostumbraba celebrar el aniversario de la muerte de un mártir en el lugar mismo del martirio. Frecuentemente grupos de mártires morían el mismo día, lo cual condujo naturalmente a una celebración común. En la persecución que tuvo lugar en el siglo III, el número de mártires llegó a ser tan grande que no se podía separar un día para asignar una conmemoración individual. Pero la iglesia, considerando que cada mártir debería ser venerado, señaló un día en común para todos. La primera muestra de ello se remonta a Antioquia en que la conmemoración se llevaba a cabo el domingo anterior a Pentecostés.
La conmemoración de un día que recuerde a Todos los Santos, conocidos y desconocidos fue establecida en 835 por el Papa Urbano IV, para compensar cualquier falta a las fiestas de los santos durante el año por parte de los fieles, designándose el día 1º de noviembre como el día de los Santos Difuntos cambiándolo, en el año 1222, al segundo día de ese mes.
En los países de tradición católica, se celebra el 1º de noviembre; mientras que la iglesia ortodoxa lo celebra el primer domingo después de Pentecostés.
La fecha por la veneración de todos los santos también coincidió con la celebración de antiguas festividades celtas que despedía al año viejo y las últimas cosechas (el 31 de octubre) creyéndose en el retorno de los muertos al mundo de los vivos para que cosechas y festividades del año nuevo fueran compartidas con ellos. De esta fecha queda la conmemoración del Halloween anglosajón.
4. El Altar de Muertos.
La estipulación de la festividad religiosa del Día de Todos los Santos se conjuga con el Día de Muertos conmemorado por los pueblos prehispánicos. En tiempos de la conquista se convirtió al catolicismo a los pobladores de Mesoamérica, aunque la antigua tradición se resistió a morir y en un proceso de aculturación poco a poco se fueron incluyendo elementos de la cultura europea como imágenes religiosas católicas -rosarios, crucifijos e íconos sacros-. La conmemoración del Día de Muertos en México cuenta con reconocimiento y valoración de la UNESCO como Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad.
El Altar de Muertos es la pieza fundamental fundamental en el conjunto de tradiciones sobre el Día de Muertos, que consiste en instalar altares domésticos en honor de los fallecidos de la familia.
Elementos:
Instrucciones para hacer un altar de muertos
Altar. La construcción y representación del altar de muertos varía según la idiosincrasia y elementos disponibles en una determinada región, así como de la cosmovisión de las diferentes culturas.
Niveles. La cantidad de niveles en un altar de muertos varía por regiones. Éstos representan la cosmovisión ancestral:
- Altares de dos niveles: Son una representación de la división del cielo y la tierra representando los frutos de la tierra y las bondades de los cielos como la lluvia.
- Altares de tres niveles: Representan el cielo, la tierra y el inframundo. Con la introducción de la concepción católica, ha cambiado su significado a dos posibles, ya sea representar la tierra, el purgatorio y el reino de los cielos, o bien, la Santísima Trinidad.
- Altares de siete niveles: Son el tipo de altar más convencional, representan los siete niveles que debe atravesar el alma para poder llegar al descanso o paz espiritual. Según la práctica otomí, los siete escalones representan los siete pecados capitales. Se asocia el número siete con el número de destinos que, según la cultura azteca, existían para los diferentes tipos de muerte.
Imagen del difunto. Se coloca una imagen, pintura o fotografía del difunto al que se honra en la parte más alta y destacada del altar. Según la idiosincrasia, también se colocan los retratos de espalda y frente a ellos un espejo, para que así el difunto pueda ver el reflejo de su deudo y el deudo vea el reflejo de su difunto, simbolizando la pertenecía de ambos.
Agentes aromáticos.En su forma más tradicional se incluyen diversos elementos aromáticos que simbolizan la purificación del alma, así como diversas especies de hierbas de olor.
Diversas versiones del altar incluyen la infusión de hierbas de olor como el laurel, tomillo, mejorana, romero y manzanilla, que se ponen a hervir en una olla tapada por una penca de nopal con agujeros en ella. La infusión de estas hierbas producirá un olor atractivo que guiará a las almas a la tierra. El incienso, elemento menos por ser de origen oriental, también tiene el mismo propósito.
La resina del copal es un elemento frecuente en la representación de altares de muertos. Tiene diferentes significados en las diversas regiones y culturas y solía ser utilizado en rituales de atracción de la lluvia y ceremonias de purificación, de ahí su utilización en el Día de Muertos.
Arco. Se coloca arriba del último nivel, hecho de carrizo, palmilla o flores que simbolizan la puerta de entrada al mundo de los muertos. Además también se pueden colgar algunos dulces o fruta.
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Papel picado. Los aztecas utilizaban el papel en esta celebración para representar el viento debido a su maleabilidad, aunque lo que utilizaban originalmente era papel amate, un tipo de fibra hecha de la corteza de árboles que no requiere del proceso convencional del papel inventado en Asia. En ellos se pintaban diferentes deidades y se hacían atuendos y debido a su versatilidad podía ser teñido de diferentes colores disponibles para la época. Con la influencia española aparecieron diferentes tipos de papel, colores y patrones.
El color amarillo y el color morado en el papel picado la dualidad entre la vida y la muerte. El papel picado comercial regularmente incluye variedad de colores y diseños basados en las caricaturas de José Guadalupe Posada. Hechos en cadenas que alternan los dos colores, representan la delgada línea existente entre la vida y la muerte.
Representación del fuego. Suelen añadirse velas, veladoras y cirios, por su fácil manejo y su relación con los símbolos religiosos. En su versión menos frecuente pueden añadirse antorchas y fogatas que representan la guía para el alma, incluso la luz en su camino de vuelta al mundo de los muertos.
Representación del agua. Ésta tiene múltiples significados, el principal, se utiliza para calmar la sed del espíritu. Se colocan diferentes objetos que representan el agua como un vaso lleno de ésta, el cual el difunto utilizará para aliviar su sed. Además se colocan diferentes objetos de tocador y aseo personal para el difunto.
Representación de la tierra. En la representación de la tierra se debe incluir diversas semillas, frutos, especias y otras bondades de la naturaleza. Se utiliza el maíz y el cacao para formar diseños en el suelo aunque también se usa aserrín pintado de diferentes colores. En una idea moderna, la representación de la tierra se relaciona con el principio de la noción cristiana «Polvo eres, y en polvo te convertirás» (Génesis 3,19).
Flores. fungen como ornato en todo altar y sepulcro. El color de la flor de cempasúchil (o flor de cuatrocientos pétalo) representa la luz como los rayos del sol y al acomodarla en forma de sendero indica a las almas el rumbo por el cual se le guía a casa. La nube y el amaranto o moco de pavo son las especies más utilizadas para el adorno de un altar.
Calaveras. Son alusiones a la muerte. Son de azúcar, barro, chocolate o yeso con adornos y patrones en ellas. Gustan por su rico sabor y olor. También son una burla hacia la muerte y se les escribe en la frente el nombre del cliente o de una persona viva. El posible origen de las calaveritas puede relacionarse con el tzompantli, una hilera de cráneos de guerreros sacrificados colocados en un palo.
También se le llama calavera o calaverita a un fragmento poético o epitafio que constantemente alude a la muerte, dedicado a personajes vivos.
La imagen de La Catrina o calavera garbancera creada por José Guadalupe Posada no se relaciona con el Día de Muertos. Esta caricatura es una representación de la dandizette de la época porfiriana, que siendo de origen indígena, pretendía ser europea.
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Comida. Los alimentos, según la tradición, debe ser del agrado del fallecido. Debido a la dieta del mexicano promedio, es frecuente ver la cocina criolla y la cocina nacional como mole, pozole, tacos, tamales, etc., presente en muchos altares. Se deben incluir diferentes frutos de temporada como la calabaza, el tejocote, jícama, naranja y, por supuesto, alimentos hechos de maíz.
El pan de muerto es un tipo de pan dulce que se coloca como ofrenda hacia los muertos. Tiene tiras de la misma masa sobre la corteza que representan los huesos. En el período prehispánico se elaboraba de maíz, hoy es un pan blanco aromatizado con esencia o ralladura de naranja y cubierto de azúcar.
Fuente: Delicias prehispánicas y contemporáneas/Facebook
Bebidas alcohólicas. Algunos altares incluyen tequila, rompope y pulque servidos en recipientes de barro pero se puede incluir cualquier bebida que le haya gustado al difunto.
Objetos personales.En el altar se colocan diferentes objetos del difunto o que de alguna forma se relacionen con su vida, como objetos que utilizó en su trabajo u oficio. Si el altar se dedica a un niño, se suelen colocar juguetes y dulces.
Adornos. Alusivos a la muerte han surgido infinidad de ejemplos en el arte popular mexicano y se han agregado al altar de muertos. Cuadros de entierros, velorios o cementerios, o representando escenas de la vida cotidiana con esqueletos como personajes realizados en figuras de alfeñique, cartonería, madera, barro o yeso son típicos de la fecha, así mismo como hermosos arreglos frutales o florales.
Elementos religiosos:
Cruz. En todo el altar se colocan cruces, elemento agregado por los evangelizadores españoles con el fin de incorporar el catolicismo entre los naturales y en tradición tan arraigada como era la veneración de los muertos. Se coloca en la parte superior del altar a un lado de la imagen del difunto y también se puede poner una cruz pequeña hecha sal que sirve como medio de purificación de los espíritus, así como una cruz de ceniza que le ayudará al espíritu a salir del purgatorio.
Imágenes religiosas. Se coloca una imagen o escultura del santo de devoción de la persona a la que se dedica el altar. También se coloca una imagen o cromo de las benditas ánimas del purgatorio, para facilitar la salida del difunto, si ahí se encuentra, debido a no poder alcanzar la gloria (entrada el cielo), al haber muerto habiendo cometido pecados veniales sin confesar, pero sin haber cometido pecado mortal.
Rosarios. Se puede colocar un rosario de cuentas en los niveles del altar. En el último nivel, en el caso de ser de siete niveles, se coloca un rosario hecho de limas y tejocotes.
Otros elementos:
Perro. Se coloca la escultura de un perro o un perro real de la raza Xoloitzcuintle, representando al dios Xólotl, pues se considera que el perro ayudará a las almas a cruzar el río Itzcuintlan (primera dimensión para llegar al Mictlán). El Xoloitzcuintle debe ser color bronce y no tener abundancia de pelo. Se colocan también un par de huaraches para ayudar al alma a cruzar el río.
Monedas. El incluirlas no tiene significado específico, aunque para explicarlo se le ha relacionado con la tradición griega de sepultar a las personas con monedas para que pudieran pagarle a Caronte, y así poder llegar al reino de los muertos.
Ropa. Así como se colocan artículos de aseo personal, se colocan diversas prendas limpias para que el difunto las lleve puestas al regresar al mundo de los muertos. En la mayoría de los casos se utiliza la ropa del difunto para mantener un conexión con su alma.
5. Festejo.
Comienza cuando una persona de la casa enciende las velas del altar susurrando los nombres de los difuntos y se reza pidiendo el favor de Dios para que lleguen con bien. Los familiares se sientan a la mesa y comparten la comida preparada para el festín, escuchando música del agrado del difunto, de quien se recuerdan anécdotas y se habla sobre las novedades de la familia para enterarlo de los acontecimientos durante el año transcurrido. Se pide por la intercesión del difunto ante Dios.
El festejo es un reencuentro feliz, aunque breve, con la promesa de alcanzarle en el más allá, llegado el momento.
Al termino se apagan las veladoras y se despide a los espíritus, deseándoles buen viaje de regreso a su reposo y pidiéndoles que retornen el próximo año.
En muchos pueblos se acostumbra llevar a cabo esta comida sobre la lápida del deudo en el panteón, que ha sido reparada y repintada para la festividad.
6. Calaveras literarias.
Se cuentan entre las composiciones populares más originales de la cultura mexicana. Escritas en versos de métrica y rima libres en «honor» de alguna persona o de muertos célebres, se elaboran, por tradición, en el mes de noviembre, durante la fiesta de los difuntos. Tienen la finalidad de divertir a la gente por medio de comentarios agradables y burlones hacia algún individuo.