Inauguración de la Sala Marfiles en el Museo de Historia Mexicana

Ceden a museo tesoro de marfil.

Reciben colección de Lydia Sada de González. Abre hoy MHM la Sala Marfiles, que exhibirá 200 piezas religiosas.

Lourdes Zambrano.

El Norte, Monterrey, N.L., 9 de septiembre de 2011. Sección Vida, p. 16.


Una muestra perfecta de las relaciones comerciales y culturales que existieron entre Oriente y Occidente del siglo 16 al 19 son las piezas que integran la nueva sala del Museo de Historia Mexicana, Sala Marfiles, que abre hoy.

El nuevo espacio forma parte de la Sala Permanente del recinto gracias a que recibieron en comodato las 200 piezas que ha reunido durante ocho décadas Lydia Sada de González, reconocida coleccionista regiomontana, quien inició su acervo siendo adolescente.

Esta colección de marfiles es única en América Latina y nunca se había exhibido completa, señaló Claudia Ávila, gerente de exposiciones del museo.

Los objetos están desplegados en nueve vitrinas, respetando el acomodo y el estilo de exhibición que Sada de González usó en su casa.

Esta colección tiene piezas que datan del siglo 16 y hasta el 19, provenientes de Filipinas y la India, en donde se trabajaban las piezas, todas religiosas.

«Es una fusión entre Oriente y Occidente. Los evangelistas llevaron grabados y pinturas de carácter religioso para la evangelización y estas estampas se adaptaron a la técnica que ya tenían los nativos orientales, como es el marfil», explicó Claudia Sánchez, historiadora del museo.

«En casi todas las figuras los ojos están achinados, los párpados son abultados, los pliegues de las ropas hacen alusión a la ropa que se usaba en esos lugares, como los saris», dijo.

Entre los objetos que se exhiben hay imágenes de la Virgen, entre las que destacan dos que datan del siglo 16, otra que forma parte de la época de la Dinastía Ming y una más calificada como Guanyin, una deidad budista.

«Es una semejanza. Esta figura de las Guanyines es antiquísima y hace relación a la figura de la maternidad, no es una Virgen María, es una figura del budismo, pero sí es de marfil», explicó Sánchez.

También hay arcángeles, santos, crucifijos, relieves, niños Dios, nacimientos e imágenes para vestir, es decir, cabezas de figuras marianas y santas, cuyo «cuerpo» era un vestido o ropaje.

En la colección se distinguen dos corrientes: la hispanofilipina y la lusoindia, que a la vez se divide en las escuelas indoportuguesa y cingaloportuguesa, todas con características propias.

Previa al comodato con el Museo de Historia Mexicana, la colección de marfiles tuvo una sala en el Museo de Monterrey, aunque no con todas las piezas.

Las piezas se tendrán por cinco años en el recinto; luego se devolverán a su dueña.

Ejemplo que edifica.

Gerardo Puertas.

El Norte, Monterrey, N.L. 10 de septiembre 2011. Primera Sección,  Pág. 9.



Muchas personas identifican la acción del coleccionista con la mera acumulación de objetos. Pocas entienden que coleccionar conlleva otras tareas: buscar, adquirir, estudiar, clasificar, conservar y compartir.

La apertura de la Sala Marfiles en el Museo de Historia Mexicana, ocurrida esta semana, representa la feliz confirmación de que en Monterrey existen personas que se dan cabal cuenta de cuál es la misión más alta que debe cumplir un coleccionista: compartir.

Me refiero a doña Lydia Sada de González. Y a su decisión de poner a disposición del MHM, a través de un comodato a largo plazo, su vasto acervo de tallas en marfil de facturas indoportuguesa e hispanofilipina.

El hecho es un suceso cultural de primera relevancia, no sólo en la Ciudad y en el País, sino en el continente y en el mundo.

A partir de este momento toda persona puede apreciar la más importante colección dentro de su especialidad en las Américas y una de las más relevantes en su tipo a nivel universal.

Ese acontecimiento, junto con su previa decisión de poner bajo el resguardo del mismo espacio museístico su vastísima selección de pinturas novohispanas en el género de castas, sitúa a la capital de Nuevo León como un referente indispensable dentro del circuito mundial de las artes plásticas y decorativas.

Más de 200 imágenes de cristos, vírgenes, arcángeles y santos, esculpidos en India y en Filipinas entre los siglos 16 y 19, es decir, durante los periodos en los que Goa y el archipiélago formaban parte de los Imperios Portugués y Español, se congregan en el recinto para ofrecernos una deslumbrante panorámica de sobrecogedora belleza.

El vocablo castellano marfil deriva del árabe «azm alfil», cuyo significado es hueso de elefante. El material, que es en esencia una dentina, surge también de mamíferos como el mamut, el hipopótamo, la morsa y la ballena.

Los colmillos pueden ser conservados en su estado natural o utilizados para esculpir. Su factura es conocida como eboraria.

Los primeros vestigios de utilización del marfil en India datan del año 2500 a. C., pasando por los periodos indio, mongol, portugués y británico, relacionándose con las tradiciones religiosas hindú, islámica y cristiana. En las etapas colonial de Goa e imperial del Raj hubo trabajos destinados al consumo interno y al mercado europeo.

Filipinas, dentro del mundo ibérico, destaca por la manufactura de piezas en marfil. Aunque la técnica puede haber precedido a la llegada de los españoles, fueron éstos quienes promovieron dicha industria a través de la importación de figuras cristianas como modelos y de la inmigración de maestros artesanos chinos conocidos como sangleyes. El Galeón de Manila distribuyó tales productos por el Imperio Español.

Conocí la gentil elegancia y la fina sencillez de don Roberto G. Sada y doña Mercedes Treviño de Sada. Visité varias veces su casa de la Colonia Obispado. Subí por la escalera que ofrecía el testimonio de tres siglos de pintura novohispana. Gocé el retrato flamenco y los bodegones poblanos; disfruté el cristal romano y la porcelana china.

Ese legado cultural es la raíz fecunda sobre la cual se yergue la labor coleccionista y editorial de doña Lydia, que, a través de su generosa aportación a la comunidad, se corona con la inauguración de la Sala Marfiles del MHM. Monterrey debe reconocer su largueza y su visión, que, en una etapa marcada por terror y muerte, dan belleza y vida a la Ciudad.

Muchas personas identifican la acción del coleccionista con la mera acumulación de objetos. Pocas, como doña Lydia Sada de González, entienden que coleccionar es compartir. Su decisión es, en épocas de destrucción, un ejemplo que edifica.

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