Pompeya, un tunel en el tiempo

Ana Portnoy Grumberg

En la Península italiana, en la región de Campania se situan las ciudades romanas de Pompeya y Herculano, muy cercanas a la ciudad de Nápoles.

Campania es una rica region agrícola y aunque ambas fueron ciudades de poca relevancia en el mundo romano, su preservación gracias a las capas de ceniza volcánica que las conservó casi intactas hasta nuestros días las han convertido en prácticamente un tunel del tiempo que permiten reconstruir los detalles de la vida cotidiana en el siglo I.

Las dos ciudades estaban localizadas en una zona de grandes posibilidades agrícolas, con intensos cultivos de vid y olivos que fueron la base de su economía. Los pompeyanos exportaron vino y aceite de oliva al norte de Africa y al cercano oriente e importaron productos de la costa francesa y de regiones tan lejanas como la India.

El 24 de agosto del año 79 el Vesuvio hizo explosion cuando Tito era el emperador del gran imperio romano. Con una población de casi 20,000 personas que incluían patricios, plebeyos, esclavos, comerciantes, sacerdotes, gladiadores, artesanos y campesinos, Pompeya fue sepultada tras la erupción del Vesuvio, que forma parte de una línea de volcanes como el Strómboli y el Etna en Sicilia. Murieron cerca de cinco mil personas debido a los incendios provocados por las rocas ardientes arrojadas por el volcán y por los vapores de azufre que envolvieron la ciudad y asfixiaron a los habitantes. Muchos murieron intentando escapar hacia el mar, y otros, como el naturalista Plinio el Viejo, tratando de rescatar a los sobrevivientes.

En un radio de dieciocho kilómetros cuadrados el paisaje quedó cubierto por lava y los campos fértiles fueron arrasados.

Podemos decir que la arqueología nace con las excavaciones y estudios acerca de Pompeya y Herculano que se iniciaron en el siglo XVIII y que, con escasas interrupciones han continuado hasta nuestros días.

En la actualidad podemos pasear por Pompeya, en la que se conservan perfectamente el trazado de sus calles, las estructuras de sus tiendas y talleres así como los importantes edificios públicos como el Foro, el Templo de Isis o el Anfiteatro, junto a los restos de su sistema de murallas.

Numerosas casas particulares de esta ciudad han conservado sus estancias, atrios y jardines. Impresionan los servicios públicos con los que contó, como el abastecimiento de agua, el drenaje, el pavimento de sus calles con pasos peatonales, la distribución de barrios delimitando los comerciales con los residenciales. Se han encontrado los talleres textiles con evidencias de los pigmentos para teñir la ropa, las panaderías con restos carbonizados de pan en sus hornos, tabernas y tiendas, así como baños públicos con albercas, baños de vapor y gimnasios en los que los pompeyanos cultivaban la norma de “mente sana en cuerpo sano”.

Algunas villas suburbanas próximas a la ciudad de Pompeya, también conservan junto a sus dependencias importantes pinturas murales y mosaicos, con motivos de inspiración griega. El naturalismo y la belleza de sus temas inspiraron en la época de Napoleón el así llamado estilo imperio.

En la ciudad de Herculano, de menores proporciones que Pompeya, y todavía con muchos de sus edificios sin rescatar, también se han preservado numerosas casas particulares, termas privadas y algunos edificios públicos como el Teatro. El hecho de permanecer sepultadas durante siglos por la lava y las cenizas ha permitido una buena conservación de los restos de es- tas ciudades antiguas.

El interés por Pompeya radica en el hecho de que podemos contemplar con bastante exactitud lo que constituía la vida cotidiana de una ciudad romana del Imperio tal como se desarrollaba hace 2,000 años, con sus calles, y sus diversos espacios públicos y privados. El paseo por la ciudad puede ser completado con una visita al Museo Arqueológico de Nápoles, donde se conservan numerosos restos de esta ciudad.

Entrar a Pompeya muy temprano, antes de que comiencen a llegar los primeros turistas, o pasear con calma para ser de los últimos de la jornada en abandonarla provoca una sensación sobrecogedora. Parece que en cualquier momento puede terminar la hibernación de la ciudad y que sus habitantes van a caminar por sus calzadas, los carruajes, a pasar por sus calles estrechas, las tiendas y templos, a abrir sus puertas, y  los gritos de los asistentes al anfiteatro vitorearán a los gladiadores.

Transitar por las mismas aceras por las que caminaron  los pompeyanos es un privilegio que sólo ha sido posible desde hace unas pocas décadas pues a pesar de que las excavaciones se llevan  a cabo desde hace más de 250 años solo en la última mitad del siglo XX Pompeya se convirtió en una atracción turística, más popular aún tras su nombramiento de Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO.

Sin embargo, la acción de hierbas silvestres que crecen por doquier, la contaminación atmosférica, el limitado presupuesto para su conservación y vigilancia y la creciente la invasión de turistas -casi dos millones de visitantes al año-, de los que muchos no dudan en llevarse como recuerdo parte de un antiguo fresco, dejando en su lugar un graffiti , han hecho sonar las alarmas de los conservacionistas que temen que, después de resucitar, Pompeya pueda volver a morir por segunda vez. A estos mismos riesgos se enfrentan los sitios arqueológicos más conocidos del planeta, incluyendo las importantes zonas prehispánicas y coloniales de nuestro país.