HOY ES HISTORIA / El eterno retorno.

El Norte, Monterrey, N.L., 9 de enero 2014. Sección Vida, pág. 7

El pasado marca costumbres, creencias y artes. Huella que estará presente en la columna mensual de la historiadora y académica Ana Portnoy.

Nuestro concepto del tiempo, pese a ser una secuencia de años desde un origen hacia un futuro, sea desde la Creación al Juicio Final o del Bing Bang a la extinción del Sol, contiene también una ancestral noción de un ciclo que se repite anualmente.

En todas las culturas, el inicio del año implicaba la repetición del ciclo vital: equinoccios y solsticios marcaban el paso de las estaciones cumpliendo toda la naturaleza el mismo destino: nacimiento, crecimiento, reproducción, muerte.

De esta forma, las actividades económicas, sociales y rituales tenían sus temporadas, sus dioses y sus fiestas propias.

Año tras año, el cambio era reconocido y predicho con exactitud gracias a observaciones astronómicas y uso de calendarios que marcaban el principio y el fin del ciclo: de la siembra y la cosecha a las noches largas que terminarían con el renacimiento de la vegetación.

Las religiones establecieron ritos y ceremonias para conmemorar ese eterno retorno, como lo denominara el filósofo e historiador Mircea Eliade.

Cada año, Hades tendría a Perséfone en el inframundo por seis meses en los que la tierra sería yerma, y después Deméter recuperaría a su hija para engalanar los campos con el verdor y frescura que trae consigo el verano y la opulencia de la recolección otoñal.

Así como la naturaleza, la vida del hombre pasa por cambios reconocibles y que implican rituales para marcar el fin de una etapa y el inicio de otra: nacimiento, iniciación como parte de un grupo, matrimonio y procreación, muerte y esperanza en la resurrección.

Desde el Paleolítico hasta hoy día, estos ritos han perdurado, puesto que bautizo, primera comunión, consagración matrimonial y extremaunción -manifestadas de distintas formas de acuerdo con cada religión- siguen siendo los rituales que conciben la vida humana como un ciclo celebrando simbólicamente el paso de una etapa a la siguiente.

En Occidente, el primer mes del año (enero, january, januar, janeiro) recuerda el nombre de Jano, el dios romano de los comienzos.

Con dos rostros, uno viendo al frente y otro atrás, conocía pasado y futuro, por lo que se le invocaba el día en que iniciaba el nuevo ciclo asegurando, si se cumplía con el ritual, un buen final.

Hombres y mujeres posmodernos aún cumplimos con el rito ancestral de conmemorar el inicio de un nuevo año, listos para festejar las fechas importantes de nuestro ciclo de vida con la esperanza de que nuestros buenos propósitos se conviertan, en este 2014, en una realidad.

La autora es historiadora y académica.

ana@gustoporlahistoria.com