Ayaan Hirsi Magan. Madrid: Debate. 2007.
Este libro es la autobiografía de Ayaan Hirsi Magan, la mujer que ha denunciado las condiciones de vida de las mujeres musulmanas tanto en su país de origen como en las comunidades de inmigrantes de África y de países árabes que se han establecido en Europa.
A través de su testimonio, conocemos las vicisitudes que tuvo que enfrentar desde su infancia y adolescencia en su natal Somalia y en Holanda, país al que escapó para evitar el matrimonio de conveniencia que su padre había concertado.
Hija de un matrimonio de religión musulmana aunque con una fuerte influencia de las tradiciones ancestrales de su familia, nació en 1969 en un entorno de miseria, superstición y violencia intrafamiliar, agravado por su condición femenina.
Su padre, “Abeh” Hirsi Magan Isse, estuvo encarcelado muchos años debido a su militancia política y, en particular, a su oposición contra la dictadura de Siad Barré. Cuando su madre se ausentaba en largas ocasiones para visitar al marido, los hijos de la pareja quedaban a cargo de la abuela materna, mujer primitiva y violenta que aprovechó las circunstancias para realizar en sus dos pequeñas nietas la ablación genital, práctica generalizada en ciertas regiones de Africa -también en Yemen- que consiste en la mutilación de los genitales externos femeninos bajo el supuesto que así se asegura la pureza y la fidelidad de las mujeres. [Hoy día viven alrededor de 70 millones de mujeres que fueron sometidas a la albación, que también se practica entre inmigrantes que se han establecido en países occidentales. Las condiciones en las que se efectúa esta llamada “circuncisión femenina”, el trauma físico y mental que provoca y sus repercuciones en la salud física, sexual y psicológica impactan el resto de sus vidas].
Al frente de la familia, marginada por la militancia de su marido, con penurias económicas y obligada a emigrar, la madre canalizó su frustración maltratando y humillando a la niña Ayaan. A pesar de ser considerada tonta y rebelde por sus parientes, su inteligencia y su curiosidad intelectual encausaron a la jovencita a conocer, aprehender y juzgar críticamente su entorno. En su adolescencia esta curiosidad intelectual la enfrentó a las posturas más dogmáticas de su religión, provocando la ira de uno de sus maestros que intentó acallar sus cuestionamientos a través de los golpes, fracturándole el cráneo.
Su oposición al estilo de vida tradicional que relega y somete a la mujer a los designios de los hombres la hicieron cobrar plena conciencia de la falta de derechos y oportunidades de la mujer musulmana.
Llegó a Holanda como refugiada política y se volcó en el trabajo asistencial, logrando cursar estudios universitarios y de posgrado. Por su militancia política llegó a ser miembro del Parlamento holandés entre 2003 y 2006, abocándose a la denuncia de las condiciones de vida de la mujer musulmana y promoviendo la integración de los inmigrantes no-occidentales a la sociedad que los acoge. Es autora del guión Submission, el documental filmado por Theo van Gogh, cuyo asesinato en noviembre de 2004 a manos de un fanático islamista conmovió a la sociedad holandesa y occidental.
Amenazada de muerte tuvo que vivir bajo protección policiaca emigrando finalmente a los Estados Unidos en donde colabora en el American Enterprise Institute for Public Policy Research en Washington D.C. En esta institución lleva a cabo estudios sobre las relaciones entre Occidente y el Islam, los derechos de la mujer en el Islam y sobre la violencia contra las mujeres bajo argumentos religiosos y culturales
En 2005 fue nombrada por la revista Time como una de las 100 personas más influyentes del mundo y ha sido galardonada con varios reconocimientos internacionales por su labor, como el Premio al Servicio de los Derechos Humanos de Noruega, el Premio Libertad de Dinamarca , el Premio Democracia de Suecia y el Premio de Coraje Moral por su compromiso a la resolucion de problemas, etica y ciudadanía mundial.
Su autobiografía es el testimonio de la transformación de la autora, de una niña criada en un entorno violento y misógino a una mujer que se liberó de las ataduras de su cultura tradicional siendo adalid de los derechos de las mujeres musulmanas aún a pesar del precio que se ha puesto a su vida.
Editorial de Isabel Turrent por el Día Internacional de la mujer.
Publicado en el periódico El Norte, Monterrey N.L., 14 de marzo de 2010, página 8A.
Las mujeres
(14 marzo 2010).- En México, este 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, pasó sin pena ni gloria. El festejo se redujo a unas cuantas fotos en la prensa de mujeres dedicadas a la política -como si fueran las únicas que importan- y la pena se confinó a una o dos noticias perdidas en el interior de los periódicos.
No sucedió lo mismo en el resto del mundo. En el New York Times, un editorialista admirable, Nicholas Kristof, ha convertido la defensa de las mujeres en los países en desarrollo en el tema central de su columna. Él y su esposa, Sheryl WuDunn, acaban de publicar un libro terrible y también esclarecedor -«Half the Sky» (al que volveremos en unos párrafos)- sobre la situación de las mujeres en Asia, el mundo musulmán y África. The Economist dedicó dos portadas al asunto en los últimos meses que son el mejor símbolo de lo que habría que haber celebrado y deplorado el 8 de marzo.
El primero de estos artículos analizó la veloz incorporación de las mujeres al mercado de trabajo en los países desarrollados, su ascenso político y su creciente visibilidad social. Falta mucho para que las mujeres alcancen la igualdad que pregonan las leyes: aun en países como Estados Unidos, las mujeres ganan en promedio 18 por ciento menos que los hombres y tienen todavía una representación reducida en la cúpula empresarial y política. Pero es indudable que, en los últimos 50 años, las mujeres han protagonizado la revolución social más amplia y notable de la historia de la humanidad.
Esta revolución femenina es, tal vez, la última herencia de los pensadores que desde el siglo 17 destruyeron uno a uno los cimientos de un orden religioso y monárquico que maniataba a la ciencia, al pensamiento racional y al progreso, y confinaba a las mujeres a su función reproductiva: a parir, callar y obedecer.
Es también, sin duda, fruto de los avances de la medicina moderna que rompió la fatalidad biológica que dio origen a ese orden social anacrónico. Abrazadas de la píldora, las mujeres han ido conquistando todos los bastiones dominados desde siempre por los hombres. Por primera vez en la historia, las mujeres se negaron a cumplir con el dictum de haber nacido, «como la paloma, para el nido» -como predicaba Díaz Mirón- e irrumpieron en el terreno que había sido monopolio de «los leones nacidos para la batalla».
Sin embargo, estos logros son insuficientes y están lejos de estar repartidos democráticamente. La situación femenina más allá de las fronteras del mundo occidental industrializado es una vergüenza. Es, como afirman Kristof y WuDunn en su libro, el desafío moral imperativo del siglo 21. En muchos de los países del Cáucaso, en el Medio Oriente, Asia, África y América Latina, la condición de la mayoría de las mujeres transita, con pocas excepciones, de la servidumbre a la esclavitud.
La indiferencia que rodea la condición femenina en la mayoría del Planeta es tan escandalosa como la complacencia del mundo frente al tráfico de esclavos hasta el siglo 19: violaciones cotidianas, explotación, abusos, mutilaciones, asesinatos, encierros y humillaciones marcan la vida de las mujeres día con día.
La última portada del Economist (6-12 de marzo del 2010), que anuncia un «generocidio», es tan sólo un botón de muestra de la situación femenina en pleno siglo 21. The Economist no es el primero en señalarlo: Amartya Sen, ese hindú admirable Premio Nobel de Economía, se adelantó en informar al mundo que, entre el año 2000 y el 2010, faltan más de 100 millones de mujeres en la población mundial: fetos femeninos abortados con ayuda de la tecnología moderna en aras de la preferencia -básicamente oriental, pero no solamente- por los «varones», y niñas recién nacidas asesinadas porque «no sirven para nada», como informó una mujer-suegra a una corresponsal china que presenció uno de esos crímenes.
China, India y el resto de las sociedades asiáticas que han permitido ese genocidio están pagando ya las consecuencias. A través de la historia -concluye el Economist- el exceso de hombres jóvenes sin oficio ni beneficio ha sido responsable de crímenes y violencia. «Una población creciente de hombres solteros frustrados anuncia graves problemas sociales».
El sometimiento de las mujeres ha anunciado siempre graves problemas sociales. No es ninguna coincidencia que los países musulmanes sean fuente de terrorismo, violencia e intolerancia. Y que África, que mutila, viola y humilla a las mujeres, sea un territorio pobre, brutal y caótico. El progreso es imposible en sociedades que marginan a la mitad de su población.
El 8 de marzo, Reforma publicó en la página 5 de «Ciudad» una nota escalofriante: tan sólo en el DF, en el 2010, ha muerto una mujer a la semana en «crímenes pasionales». Las mujeres como objeto de uso y abuso: por celos, venganza o por un motivo tan común que no merece ni la primera página: el incesto.
En la semana del 8 de marzo, un hombre asesinó a puñaladas a su hija de 8 años e hirió a su mujer que le reclamaban haber violado a su hijastra. Hubo 90 crímenes de ésos en el 2009. Apresaron tan sólo a 27 presuntos responsables. ¿Y todavía se pregunta usted, querido lector, por qué vivimos en una sociedad tan violenta?