A medida que nos percatamos sobre el deshumanizado contexto en el que estamos viviendo, preguntándonos en qué momento nuestra sociedad empezó a convertirse en una jungla en donde la ley del más fuerte y el más violento prevalece, tenemos que hacer una reflexión sobre qué ha sucedido para que lleguemos a esta preocupante realidad.
Discutimos si es la falta de valores, la transformación de la noción tradicional de familia, el atractivo de la riqueza inmediata, la falta de solidaridad, la ambición desmedida, la corrupción o la impunidad, o una multicausalidad que hace muy difícil encontrar una solución que nos permita recuperar la tranquilidad. Dentro de este complejo espectro, tenemos que tomar en cuenta no sólo la educación los modelos de conducta que los niños y jóvenes viven en sus casas, sino plantearnos también qué es lo que ha sucedido en el ámbito educativo.
Tras la Segunda Guerra Mundial, con el despegue tecnológico y económico de los países del Lejano Oriente, se empezó a dar gran énfasis a las ciencias físicas y naturales para estimular el desarrollo industrial a través de la capacitación de ingenieros, científicos y técnicos por medio de estudios que enfatizan esas áreas de conocimiento.De acuerdo a esta visión, los estudios humanísticos empezaron a perder el valor y estimación que habían tenido durante siglos. Los países en desarrollo como el nuestro, tomando como modelo el éxito económico de Japón, Corea y Taiwán promovieron durante las últimas décadas del siglo XX las carreras técnicas e ingenieríles que sustentarían la industrialización lo que les permitiría insertarse en la esfera de los países ricos.
Sin embargo, analizando con detenimiento esta tendencia, llama la atención que se optó por una solución a corto plazo para resolver un problema de largo plazo. El resultado se ha manifestado en una sociedad a la que le faltan habilidades básicas que van desde la comprensión elemental de lectura hasta el análisis y el pensamiento crítico en asuntos sociales lo que ha conducido, además de una devaluación de las ciencias sociales y humanas, a una carencia de interés político, económico, social, cultural y ecológico, una sociedad en la que la satisfacción de los intereses materiales rige y justifica la manera de alcanzarlos.
La enseñanza tradicional de las ciencias sociales y de las humanidades, central en la curricula hace más de medio siglo, fue concebida en muchos programas académicos sólo como un complemento de los estudios de biología, física, química y matemáticas. La misma metodología tradicional de su enseñanza, basada en la memorización más que en el desarrollo de un pensamiento crítico han hecho que estas áreas carezcan de interés y atractivo para los alumnos, quienes tienen sobre sí la presión de estudiar contenidos que les sean útiles, en una sociedad que valora más el desarrollo técnico que el cultural.
El término Humanidades deriva de la doctrina Humanitas que el romano Cicerón desarrolló como parte de la educación que debería recibir el orador ideal. En latín significa humanidad o humanismo, pero conforme al proyecto de Cicerón también se refiere a un programa educacional. Se le identificó con el término griego Paideia, es decir, la educación que debía preparar al hombre libre en su vida adulta y ciudadana.
El estudio de Humanitas fue un programa básico de educación clásica que en la Edad Media se transformó en la base de la educación cristiana a través de los colegios catedralicios y las universidades. Dentro de los estudios humanísticos se incluyeron las llamadas artes liberales que abarcaban la lingüística, la historia, las matemáticas y ciertas nociones de ciencia. En los siglos XVI y XVII incluían las llamadas disciplinas humanas contrastadas con los estudios de teología. Se enseñó la gramática, la retórica, la poesía, la historia, la filosofía moral, la lengua y la literatura clásicas.
El estudio humanístico tuvo una larga tradición educativa, visto como fundamental para la maduración de la persona tanto como ser humano así como ciudadano. Su pilar ha sido la lengua y la literatura que permiten al hombre expandir su capacidad mental de las limitaciones del lenguaje cotidiano y adentrarse en otras culturas e idiosincrasias al tiempo que amplían su horizonte intelectual poniéndolo en contacto con los logros espirituales de otros hombres, otras culturas y otros tiempos.
El estudio de las obras literarias en los programas humanísticos no sólo se debe a la perenne importancia de la literatura, sino que es una reacción contra la sobre-especialización y el enfoque pragmático de la ciencia y la tecnología.
El humanismo es la actitud por medio de la cual se concede importancia primordial al hombre y a los valores humanos. No sólo abarca el estudio académico de las humanidades grecolatinas, sino que también considera como objeto de estudio toda aquella producción e interés humanos no incluidos dentro de las divisiones de ciencias exactas y naturales. Incluye la literatura, el arte en todas sus manifestaciones, la filología, la historia y la filosofía.
Un modelo educativo incluyente de las humanidades tiene como objetivo forjar una sociedad basada en el hombre desarrollando integralmente todo su potencial, promoviendo los valores humanos y universales, y favoreciendo la libertad individual. Generan habilidades que permiten al individuo expresar sus anhelos, sentimientos y creatividad. También pretende que el individuo cobre conciencia de sí mismo, de sus relaciones y de su responsabilidad con otros hombres, con su sociedad y con el mundo que le rodea.
Sólo el estudio de las humanidades puede dar al individuo una perspectiva de su cultura y civilización y estas áreas del conocimiento deben recibir la misma atención en los modelos educativos que el estudio de las matemáticas, la genética o la física.
No queremos una sociedad formada únicamente por eficientes tecnócratas, sino por seres humanos comprometidos cabalmente con su entorno y con su sociedad.